Convertir un espacio que estaba vedado para la comunidad, en un lugar en el que se despierta el interés por la ciencia entre los niños en edad preescolar es el proyecto que llevó a la profesora Liliana María del Valle Grisales a convertirse en una de las cuatro mejores docentes en el mundo, de acuerdo con una distinción de la Fundación Alas y el premio Alas-BID 2015.
¿Qué pasa con el agua que llega a nuestro cuerpo? Ese tema fue el pretexto académico para que Liliana comenzara a desarrollar una iniciativa que acercara a los niños de preescolar de la Institución Educativa Villa Flora, en el sector de Robledo, al estudio de la ciencia más allá de las prácticas pedagógicas tradicionales del cuaderno y las planas.
En su trabajo con los niños de la institución vio como gran parte del tiempo de los alumnos se pasaban en pequeños espacios, bien en el colegio o ya en sus casas, sin más actividad que ver televisión.
Capacidades como las de brincar, correr, reptar, no estaban suficientemente desarrolladas. Su motricidad no era la mejor.
Al mismo tiempo, Liliana observó cómo muchos de sus niños, como ella misma les dice, comenzaron a faltar a clases. No se quedó quieta. Indagó los motivos y descubrió que un cerro al lado del colegio se había constituido en una barrera invisible que impedía que muchos niños llegaran a la institución.
La transformación
Era un lugar convertido en basurero y que también era utilizado para la venta de alucinógenos, una plaza de vicio, que era controlada por un combo del sector.
Pero Liliana no se amedrentó ni desfalleció en su empeño de enseñar.
Con el apoyo del rector Carlos Alberto Mazo, no sin algo de temor al principio por el tipo de actores con los que debían dialogar, desarrolló estrategias de acercamiento con los padres de los niños que eran sus alumnos. Incluso algunos de los padres, sabía, era también miembro del combo que controlaba ese cerro.
Poco a poco, a través de charlas, reuniones, talleres; fue acercándolos a su idea de convertir esa zona, antes intransitable, en un espacio para ampliar el conocimiento de los pequeños del barrio. “Era el espacio ideal para estar en contacto con la naturaleza. De sacar a los niños de los procesos tradicionales y llevarlos a explorar los alrededores”, cuenta la profesora.
En su labor de convencimiento logró que algunas de las mamás de los niños se convirtieran en auxiliares de preescolar del colegio. Además, también pudo entrar a ese territorio antes inaccesible para ellos, para iniciar con el apoyo de los padres y del colegio un proceso de limpieza, primero, y luego adaptarlo a las necesidades de enseñanza.
Una ventaja sí tenía. En el cerro ya el grupo que lo controlaba tenía algunos animales que se convirtieron en insumo para la enseñanza: gallinas, pollitos conejos, tortugas, pececitos y hasta un burrito han sido parte del proceso pedagógico que Liliana desarrolla en la institución.
“Ha sido una transformación del territorio donde los niños pueden ir a jugar, a disfrutar, a vivir esa naturaleza”, contaba la profesora telefónicamente días antes de viajar a Washington a hacer parte de la ceremonia de los premios Alas BID y luego participar en algunos talleres con colegas profesores de preescolar en Nueva York.
Espacio y convivencia
Pero no solo se recuperó el espacio para la pedagogía. También el barrio se ha visto beneficiado, como lo cuenta el rector del colegio, Carlos Alberto Mazo, “Lo primero es internamente, una recuperación de espacios otrora blindados para nosotros. Ahora hay la posibilidad de transitarlos con total tranquilidad. Y en su momento con los niños de preescolar, la apropiación de la naturaleza allí, porque se trata de un asunto de desarrollo de habilidades científicas con los niños, y ellos se apropiaron de ese espacio”.
De igual manera, el trabajo desarrollado desde 2010, cuando a Liliana se le metió en la cabeza la idea de recuperar ese pequeño cerro, ha trascendido en un asunto de competencias ciudadanas que ha permitido que los diferentes actores que confluyen en ese espacio se manifiesten en torno a proteger y permitir que los pequeños se apropiaran del lugar en sus prácticas pedagógicas, cuidando que nos les pasara nada en un entorno de “respeto colectivo”, señala el rector del la institución educativa.
Una apropiación que se traduce en otro de los beneficios más importantes que han recibido los niños del sector, según el rector: la alegría. “Los niños se la gozaban toda. Llegaban vueltos tierrita. Entierrados de cabeza a los pies; sudando, coloraos, pero contentos. Para mi es uno de los aspectos más maravillosos del asunto”.